Los Country Boys de Murcia (o cómo seis cowboys cruzaron el tiempo a caballo de la música)
Allá por los lejanos y gloriosos años 60, cuando Murcia apenas despertaba del letargo del blanco y negro, unos muchachotes con más ilusión que medios decidieron hacer algo que entonces era casi pecado: tocar rock. No pasodobles, no boleros, no jotas murcianas… ¡rock! Y además, con pelos largos, pantalones ceñidos y guitarras eléctricas que chirriaban como locomotoras en celo.
—¡Niño, que estás en la tele! ¡Peínate!
El alma guitarrera del grupo era José María, que no solo tocaba como un ángel endemoniado, sino que clavaba los riffs de Creedence Clearwater Revival como si los hubiera parido él mismo. Era virtuoso, elegante, y se colocaba el sombrero tejano como quien se coloca una corona de rey del desierto. Siempre iba de negro, como si Johnny Cash fuera su primo de Alhama.
A su lado, con voz rasgada y potente, estaba Domingo, que cantaba como Fogerty después de haberse comido un pisto murciano y un plato de zarangollo. Cerrar los ojos y oírlo cantar era ver la Ruta 66 cruzando la huerta de Santomera.
Álvaro, el bajista, parecía sacado directamente de un western de Clint Eastwood: con su pipa, su enorme barba blanca y su mirada de forajido bueno. Daba igual que no hubiera montado un caballo en su vida: con ese sombrero de buscador de oro y su bajo Fender colgado al pecho, parecía que venía directo del saloon del Far West.
El toque exótico y elegante lo daba Sally, la dama del acordeón, que convertía cualquier bar en una pradera de Tennessee. Nadie supo jamás si Sally era española, francesa o texana, pero todos coincidíamos en que cuando tocaba, la luna se ponía a aplaudir en compás.
Y a la batería, cómo no, estaba el inconfundible Pepe "Búfalo Bill", que no era de Wyoming sino de Lorquí, pero que hacía rugir la batería como si estuviera persiguiendo bisontes en el Cañón del Colorado.
Para cerrar la banda como se cierran las películas inolvidables, Antonio -Ñoñi- al violín le ponía el alma folkie, ese lamento dulce de madera que parecía decirnos: “el country también es emoción, compadre”.
Todo esto duró hasta 2024, cuando el destino nos robó a José María, el primero en partir. Pero no se fue en silencio: dejó una huella imborrable en cada nota que tocó, en cada riff que nos erizó la piel, en cada acorde que hizo latir nuestros corazones.
Y así se despide una leyenda: con guitarra en mano, sombrero bien puesto y el eco de su música galopando en la memoria de todos los que fuimos sus oyentes… y sus admiradores.
Gracias por compartir tan bonita crónica y leyenda. Yo he tenido la suerte de oír a la banda y conocer al Maestro Iose María .. legendarios
ResponderEliminarPoco antes de que mi tío y padrino nos dejara, hablaba con él, [guitarra en mano] sobre diferentes canciones y grupos de blues y country, y es que "Campu" era un apasionado de la música, pero también de las motos. Le recuerdo rodando en su Guzzi y yo tras él en mi montura, camino a Faro o a Pingüinos.
ResponderEliminarSin duda se fue pronto, pero creo que tuvo una vida plena en la que hizo lo que más le gustaba, montar en moto, tocar su guitarra y estar con su familia.
Hasta siempre Tito.