jueves, 2 de septiembre de 2010

Abuelo, ¿y por eso te hicieron Coronel?


Los Hogares del Pensionista y Centros de la Tercera Edad significaron en España un nuevo concepto de vida para los jubilados. Estos Centros Sociales para mayores, promueven la convivencia –a veces difícil- de los pensionistas; y canalizan el ocio y tiempo libre en diferentes actividades, que finalmente siempre son las mismas: jugar al dominó, participar en alguna rifa, bailar los sábados y alguna excursión que otra.
Es variopinto el personal que acude a estos Centros de abuelos: agricultores, pastores, jubilados del ferrocarril, albañiles, mecánicos, amas de casa, etc. de modo que el nivel cultural lamentablemente es limitado porque no han tenido la oportunidad –la mayoría- ni de ir a la Escuela Primaria, siendo la gran mayoría hijos de la guerra y pos-guerra civil española.
Muchos esperan que llegue el sábado porque es el día del baile; ahí se generan muchos flirteos y enamoramientos, algunos acaban en boda; pero son los menos porque los pretendientes al ser la mayoría viudos, prefieren llegar al amancebamiento porque si se casan pierden la pensión de jubilación.
-Prefiero “ajuntarme” para no perder la paga- decía uno de los abuelicos.
Sin embargo, la siguiente historia llama poderosamente la atención. Es el caso de un Coronel del Ejército del Aire, conquistador y galán de la Tercera Edad; deseado y apetecido por las ochentonas y envidiado y odiado por los abueletes.
No era para menos.
A este ochentón, -le gustaba que le llamasen “coronel” unas veces, y otras “piloto”-, tenía un gran poder adquisitivo con respecto a sus compañeros. Su sueldo era seis veces más y en algunas hasta ocho que el resto de los jubilados. ¡Era un potentado!
Sin embargo, su aspecto y forma de vestir desorientaba por su desarreglo ya que usaba colores chillones que no combinaban expresando un mal gusto; se colocaba en la solapa a modo de insignia un descomunal avión, y en la llamativa corbata amarilla colocaba una enorme hélice a modo de sujetacorbatas. ¡Ea!, ¡imposible que pasara desapercibido! Además era chocante que frecuentara un lugar como ese Centro de la Tercera Edad un Oficial de alta graduación cuando podía estar mejor considerado en un Casino Militar.
-Mi Coronel, ¿qué avión pilotaba usted?- pregunté intencionadamente.
-Un Junker alemán de siete motores- contestó tajantemente.
Ahí me percaté que mentía. Jamás han existido aviones Junker de siete motores.
-Mi Coronel, no me meta trolas. Ese avión no existe -le conteste mirándole fijamente a la cara para observar su reacción.
El anciano se derrumbó. Hundió la cabeza entre los hombros y con un susurro me dijo: “Le voy a contar una historia que me tiene atormentado muchos años.”
“Yo me hallaba destinado en la Base de Madrid como soldado de aviación, estaba encargado de proteger los tanques de combustible. Una mañana un Capitán y un Teniente republicanos, me dijeron que llene el avión de gasolina porque teníamos que huir puesto que las tropas de Franco estaban a punto de entrar”.
“El Capitán y el Teniente pusieron en marcha los motores del avión para que se calentaran, entre tanto, por el extremo de la pista llegaban las tropas franquistas; entonces el Capitán y el Teniente huyeron por una portezuela dejándome a mi solo con los motores en marcha.”
“Me dispuse a intentar parar las hélices pero no sabía, y le daba a todos los botones y llaves, y aquello no se detenía, hasta que entraron al avión las tropas del Generalísimo.”
“Una vez que me detuvieron un Teniente franquista me preguntó por mi Graduación y Escuadrón; yo le dije que era el soldado raso responsable de vigilar los tanques de combustibles. No se lo creyó. Dijo que un soldado no sabe poner en marcha los motores de un avión; que como mínimo hay que ser Oficial para tener conocimientos aeronáuticos, y en la Libreta de Registros que llevaba me apuntó como Teniente.”
“Terminada la guerra me fui a trabajar al campo porque era lo único que sabía hacer y además, porque me cogieron en zona roja y no tenia otra escapatoria.”
“Después de cuarenta años de dictadura vuelve la democracia con el presidente Adolfo Suárez, quien reconoce la antigüedad de los militares del bando republicano restituyéndoles el grado y asignándoles un sueldo.”
“Me llamaron porque apareció mi nombre en la Libreta de Registros como Teniente, y me dijeron que me correspondía la graduación de Coronel y me estipularon un sueldo.”
“¡Casi me desmayo! El encargado de darme la noticia se creía que era por la emoción. ¡Que va! Era por el dinero. Jamás en la vida soñé que me iban a pagar tanto dinero como jubilado.”
“Esa es mi historia: ni soy piloto ni soy coronel.”
©capel