martes, 27 de mayo de 2025

Desde Jersón (Ucrania) al futuro: el precio del éxodo

Este relato está dedicado a una de las camareras que me sirve el café cada tarde, con una amabilidad que solo da quien ha conocido el frío de verdad.

En los centros comerciales llenos de luces y ruido, a veces hay historias que pasan desapercibidas. Historias de mujeres valientes que cruzaron el mundo por amor, por necesidad, por sus hijos. Hoy quiero compartir la historia de una de ellas, una de esas almas silenciosas que, con una sonrisa y una taza de café, te recuerda que cada persona tiene un viaje extraordinario detrás.
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Un buen día, sin que yo lo deseara, la vida me empujó a dejar mi querida Jersón, en Ucrania. No fue una despedida, fue un corte. No me fui, me arranqué. Lo hice porque llegó la perestroika, cayó el Muro de Berlín… pero no todo fue alegría y apertura para los que vivíamos al este. Para muchos, como yo, comenzó el caos.

Yo era madre soltera, y no tenía más que a mi hija pequeña, un puñado de ahorros y una determinación feroz: darle seguridad, aunque tuviera que cruzar el mundo.

El destino me trajo a España, país de sol generoso, de turistas de todos los idiomas y de oportunidades escondidas detrás de mostradores y escobas. Trabajé de lo que fuera: limpiadora, fregaplatos, camarera. Dormí mal, lloré en silencio, aprendí otro idioma y me adapté sin perder mis raíces.

Hoy, 25 años después, soy camarera en un bar dentro de un gran centro comercial. Tengo estabilidad, una familia que formé aquí y un trabajo que me dignifica. Mi hija —la que me miraba con miedo desde el asiento del tren— es hoy una mujer independiente, con acento español y alma ucraniana.

Y sí, encontré el amor. No lo esperaba, pero llegó. Como llega la calma después de la tormenta.

A veces, mientras sirvo un café con espuma bien dibujada, miro a los ojos del cliente que tengo delante. Algunos me sonríen. Otros, como tú, me miran con curiosidad y respeto. Y yo pienso: “Si supieras todo lo que he vivido para llegar hasta aquí…”

Gracias a Dios. Y gracias a la vida, que me empujó al vacío para enseñarme que también se puede volar.

© antonio capel riera

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