Cuando el pasado llama a la puerta… y nadie abre
Durante años fue el cerebro detrás de la economía nacional. Hoy, convertido en un anciano jubilado, recorre las oficinas donde una vez forjó imperios… solo para descubrir que la memoria colectiva tiene fecha de caducidad. Un relato nostálgico, irónico y profundamente humano.
El Visitante Inesperado
Don Francisco José Navarro había sido el todopoderoso director del Banco de España. Además, catedrático de Economía en una de las universidades más prestigiosas del país, formado en Harvard y Oxford. Por su despacho pasaron emprendedores que más tarde se convirtieron en magnates, y doctorandos que hoy dan conferencias en Davos.
Sin embargo, algo ocurrió tras su jubilación.
Ya retirado, Don Francisco comenzó a aparecer sin previo aviso en los despachos de grandes empresas. Se presentaba con su traje perfectamente planchado, su maletín de cuero antiguo y una mirada que combinaba dignidad con cierta melancolía.
—¿Tiene cita con el director general? —le preguntaban las secretarias.
—No, pero dígale que soy Francisco Navarro —decía con la tranquilidad de quien cree que su nombre sigue abriendo puertas.
Pero no las abría. Las jóvenes asistentes lo miraban con esa mezcla de cortesía y condescendencia que se reserva para los abuelos un poco perdidos. Nadie parecía saber quién era. En algunos casos, ni siquiera lograba pasar del recibidor.
¿Por qué lo hacía?
No buscaba trabajo ni favores. Solo deseaba ser recibido, entrar, saludar, intercambiar unas palabras y marcharse. Nada más.
Algunos directores generales, intrigados, accedían. Lo recibían por respeto, o quizás por curiosidad. Uno de ellos, más directo, le preguntó:
—¿Qué desea exactamente, don Francisco?
Y él, con una sonrisa serena y una pausa larga, respondió:
—Nada. Solo saber cuántos recuerdan... lo que hicimos juntos.
Afuera, en la calle, pasaba la vida sin saber que ese hombre de pasos lentos había sido uno de los arquitectos invisibles de la economía nacional. No sufría de pobreza ni de soledad: tenía una buena pensión, una familia que lo quería y una biblioteca entera con su legado académico.
Porque el drama del genio no es que el mundo lo ignore al principio, sino que, cuando el telón cae, ya nadie se molesta en recordar quién fue el protagonista.
© Autor: Tony Capel Riera
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