Aventura en la Chiquitania: El hallazgo que nunca olvidamos
Tres adolescentes, una selva infinita y un descubrimiento imposible de olvidar
Un buen día, mientras todos hacían planes de playa o montaña, tres compañeros del instituto decidimos ser exploradores por una vez en la vida. Nada de vacaciones típicas: queríamos seguir los pasos de los misioneros jesuitas que llegaron a la Amazonía boliviana en el siglo XVIII, atravesando la Chiquitania.
Llevábamos lo que creímos esencial: repelente de mosquitos, medicinas, linternas, latas de conserva y muchas ganas de aventura. Nos reíamos pensando cómo habrían sobrevivido aquellos españoles sin nada de eso, solo con coraje, fe… y seguramente algo de locura.
Cada paso nos adentraba más en una selva densa, húmeda y ruidosa. Entre picaduras, sustos y lluvias tropicales, acabamos encontrando una cueva en la ladera de una montaña. Entramos para refugiarnos del chaparrón y fue ahí donde todo cambió.
En el fondo de la cueva, cubiertas por siglos de humedad y tierra, descubrimos tres armaduras antiguas con esqueletos humanos dentro. No era una película. Era real. Aquellos restos estaban allí, como si la historia nos hubiese estado esperando.
El acceso era difícil. Nosotros llegamos agotados con equipo moderno. Ellos, en cambio… ¿cómo? ¿Por qué? Nos llenó de asombro y respeto. Aquel lugar estaba cerca de Roboré, un pequeño pueblo perdido en el mapa, pero inmenso en recuerdos.
No teníamos cámaras, ni móviles. Solo nos quedó la memoria y la piel de gallina. No nos creyeron muchos cuando lo contamos, pero no importa. Nosotros lo vivimos.
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