"Dicen que uno nunca olvida su primer amor. Yo digo que tampoco olvida su suelta."
— Testimonio de piloto
Hay días que se graban con tinta indeleble en la memoria. Para un piloto, la suelta —ese primer vuelo en solitario— es uno de ellos. Una experiencia única, imposible de olvidar. Es el momento en que el instructor te dice: “Ahora es todo tuyo”, y de pronto el cielo entero queda bajo tu responsabilidad.
Lo mío fue en Albalat, un rincón encantado de Valencia, rodeado de naranjos, con la Albufera a un lado y el mar al fondo. El olor a azahar, la brisa salada, y ese avión ligero que parecía esperarme desde siempre.
Recuerdo cada segundo: las manos sudadas sobre los mandos, el rugido del motor, el temblor del alma al despegar… y luego, el silencio del cielo solo para mí. No había instructor, ni copiloto, ni voz que guiara mis dudas. Solo mis decisiones, mi juicio y ese zumbido suave que me decía: “Ahora sí, eres piloto”.
Aterrizar fue casi tan mágico como despegar. No por lo técnico, sino por lo simbólico. Al tocar tierra, supe que había cambiado. Que una puerta se había abierto para siempre.
Por eso lo comparo con el primer amor: no importa cuántos vuelos vengan después, la suelta siempre será el día más puro y valiente de todos.
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