Don Francisco fue Director General de una importante Entidad Crediticia. Pero Director de los de verdad: con chofer y ordenanza. No como los de ahora, ya que ellos mismos hacen de chofer y de repartidor.
“Parezco un vendedor ambulante”, se quejaba un Director de los de ahora, porque tenía que recorrer por las distintas sucursales bancarias a entregar material para captar clientes; es decir: se pasaba repartiendo menajes, vajillas, edredones y diversos utensilios de uso doméstico.
Don Francisco tenía aspecto de lo que era: un señor Director. Por su despacho pasaron numerosos empresarios de la Región. No había empresario que no requiriere la bendición de Don Francisco para llevar a buen término su compañía. Ayudó a jóvenes empresarios, asesoró a los destacados e hizo incontables auxilios a quien se lo pidiera.
Hasta el día de su jubilación fue generoso y espléndido. “Por fin podré pintar tranquilamente”, repetía a sus amigos. Le gustaba la pintura y no lo hacía mal. Creaba bocetos, esbozos y dibujos de todo cuanto le llamara la atención.
Pero Don Francisco tenía un gran desconsuelo. Un hijo sufrió un accidente unos meses antes de jubilarse, y después de un coma y una larga convalecencia, el muchacho llegó a recuperarse. No concluyó sus estudios y decidió ponerse a trabajar.
Don Francisco recurrió a todos aquellos empresarios que antes le halagaban y frecuentaban su despacho para pedir un empleo para su hijo, pero ninguno recibió a Don Francisco. Todo fueron pretextos y evasivas.
“La vida no es como un libro de cuentos, donde todas las historias acaban en un final feliz.", cavilaba don Francisco. Se jubiló y todos los aduladores desaparecieron.
"Los aduladores se parecen a los amigos como los lobos a los perros."
(George Chapman)
©capel
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