viernes, 25 de octubre de 2013

MI VIEJO PROFESOR DE LITERATURA

Había oído que mi querido profesor de literatura vivía solo y jubilado en una casita modesta a las afueras de la ciudad; noticia que me extrañó, ya que él y su esposa vivían en una confortable vivienda en una de las calles principales de la ciudad. Parece ser, que al poco de enviudar, las garras de la soledad empezaron a mellar en su alegre espíritu. La noticia me entristeció. No podía imaginar a Don Fernando triste. Era todo ímpetu y alegría, fue quien nos enseñó a disfrutar de la poesía, la prosa y a descubrir a insignes autores...desde Cervantes a Neruda, y todos aquellos del Siglo de Oro, pasando por los de la generación del 27.
¿Qué le había sucedido al bueno de Don Fernando? ¿Acaso no nos había enseñado que en momentos difíciles un buen libro era el mejor bálsamo? 
Un buen día decidí ir a visitar a Don Fernando. Tras hacer algunas averiguaciones di con la casita del viejo profesor. Me dio un vuelco el corazón. La casa realmente estaba descuidada; el portal presentaba unas paredes desportilladas dejando ver unas sospechosas grietas. La puerta estaba entreabierta, asomé la cabeza con precaución y pude oír el cimbrar de una vieja mecedora. 
Allí estaba el solitario profesor, meciéndose suavemente con una carpeta en la mano. Golpeé remisamente la puerta con los nudillos, a la vez que pronunciaba su nombre:
-Don Fernando…Buenos días –dije en tono amistoso.
El viejo profesor volvió la cabeza hacia la puerta, con mirada imprecisa.
-¿Quién es? –preguntó siseando; le faltaban algunos dientes.
-Soy un antiguo alumno –respondí.
El anciano se quedó mirándome con mirada desvanecida.
¡Qué pena me dio! ¿Qué había sido de ese hombre de mirada franca y pródiga?
Me acerqué para saludarlo, y a la vez intentar distinguir qué estaba leyendo, con sus manos temblorosas.
Eran unas viejas hojas amarillentas sujetas a una carpeta con unas anillas oxidadas. Al ver mi interés por conocer lo que leía, me las acercó entre temblores.
Eran cartas poéticas de amor y ternura dedicadas a su esposa.
Era su bálsamo.
©capel

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