¿Milagro o mordisco?En el mundo de la salud uno ve de todo… pero esto supera cualquier consulta clínica.Un curandero que mordía los talones para curar espolones. Sí, ¡lo mordía! Y lo más loco: a algunos les funcionaba.
Relato verídico (aunque usted no lo crea) contado por un podólogo curtido
En mis muchos años de profesión he escuchado de todo. Algunas historias me las contaban con vergüenza, otras con el brillo de quien ha vivido algo extraordinario. Y aunque uno acaba por desarrollar cierto escepticismo clínico, he de confesar que algunas me han hecho dudar... y reírme a carcajadas.
Una de las más surrealistas —y, al mismo tiempo, más firmemente creídas por los pacientes— es la historia del curandero del mordisco prodigioso. Su fama había rebasado pueblos y comarcas, y no era para menos: su especialidad era “recolocar huesos”, aunque su gloria venía por algo más específico y peculiar...
El espolón calcáneo, ese enemigo del andar digno
Para quienes no lo sepan, el espolón calcáneo es una maldita protuberancia ósea en el talón que convierte cada paso en una tortura medieval. Pues bien, este buen señor —sin título, sin bata, sin látex ni anestesia— aseguraba que podía curarlos.
¿Cómo? Aquí empieza lo bueno.
Con una mezcla de masajes, hierbas, rezos suaves y un asombroso nivel de sugestión, decía poder “sentir” el espolón con la boca. Y sí, has leído bien: con la boca. Se acercaba al talón dolorido, cerraba los ojos como un chamán en trance, y de pronto: ¡crack! Un mordisco certero, casi quirúrgico, que, según los testigos, traía alivio instantáneo.
El milagro y la mordida
Tras años de carrera, varios más de especialización, diseccioné cadáveres, pasé guardias y congresos, y nunca vi una técnica parecida en los manuales. ¡Pero ahí estaba él! Partiendo espolones a mandíbula limpia. Dicen que una vez rompió un canino con una paciente especialmente calcificada, pero eso no detuvo su práctica. Hasta que sí lo hizo.
Y lo mejor: nunca cobraba dinero. Decía que el euro interfería con las energías del universo. Así que aceptaba gallinas, sacos de arroz y hasta una bicicleta fija, que usaba —según él— para meditar pedaleando hacia la iluminación.
¿Y qué opina el podólogo?
Muchos de sus pacientes acababan en mi consulta, con infecciones, pies aún más raros… o simplemente con la duda de si lo que vivieron fue real o producto de un trance colectivo inducido por romero, albahaca y fe.
Cuando me preguntaban qué opinaba yo, decía:
—Bueno... si le funcionó… aunque, por favor, la próxima vez, consúlteme antes de que alguien le muerda el calcáneo.
Epílogo sin espinas (pero con risas)
Hoy el curandero está retirado. Se dice que se jubiló tras morder a un paciente con el talón más duro que una piedra de molino. Pero su leyenda vive: el hombre que mordía espolones y sanaba con el alma (y la dentadura).
Yo, mientras tanto, sigo con mis plantillas, infiltraciones, cirugía mínimamente invasiva y mis consultas llenas de historias como esta.
Porque a veces, la medicina tiene que convivir con la magia, el ingenio… y el buen humor.
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