
El
hospital donde el joven Doctor hacía su primera guardia, era un centro
comarcal, estratégicamente ubicado a una hora del mayor centro hospitalario de
la Región.
La
preocupación de todo MIR es no molestar al Médico Adjunto; y tiene que intentar acabar la
noche sin incomodar a su superior. Si esto ocurriese, al día siguiente sería la
mofa entre los Médicos Residentes.
Y
mayor escarnio ocurriría si el paciente expirase. Para algunos era una cuestión
de pundonor y orgullo.
“En
mi guardia no la palma nadie”, se decía más de uno.
Y
era cierto.
Ningún
Médico Residente quería firmar un Parte de Defunción en sus guardias nocturnas;
era un desprestigio ante las enfermeras, auxiliares, celadores y demás personal
de guardia. Sobre todo porque a nadie le apetecía amortajar a un muerto de
madrugada. Era un fastidio.
Si
alguno estaba en situación crítica, había que intentar mantenerlo con vida
hasta que entre el turno de mañana. Había más personal y se podía dividir las
responsabilidades del fallecido.
Pero
un día ocurrió un hecho inaudito. Había un paciente que llevaba más de una
semana agonizando. Los jóvenes médicos lo habían bautizado como ‘el inmortal’.
Decían que era un pastor de ovejas, sin familia ni amigos, excepto un perro que
lo aguardaba más de una semana en la entrada de Urgencias.
A la
hora del café, los MIR hacían sátiras y bromas del pobre hombre. Se jactaban de
que en su turno no pasaría a mejor vida. Entre otras cosas, no deseaban que así
fuese, porque ninguno de los jóvenes médicos habían visto morir a ningún ser
humano. Desconocían la experiencia de ver expirar a un ser vivo.
Y
llegó el día de guardia de uno de los MIR más burlones e irreverentes del
grupo.
-Tengo
ganas de conocer al ‘inmortal’ –dijo a sus compañeros con pedantería -. Os
aseguro que a mí tampoco me va a fastidiar la guardia.
-Pues
ya le hemos inyectado de todo… no sé cómo le podrás alargar su agonía –dijo
otro, entre risas.
De
madrugada, el irreverente MIR, fue solicitado por una de las enfermeras.
-Doctor…
el ‘inmortal’ se muere –dijo con mal humor -. A ver quién tiene ganas de
amortajarlo a semejantes horas.
-Quiero
conocerlo… ¿dónde está? –preguntó con altivez, dando a entender que le iba a
inyectar lo que sea. En su guardia no iba a permitir que nadie le importune.
Al
entrar en la habitación, el enjuto y anciano hombre de nariz afilada, miró al
joven médico con sus ojos hundidos, y dijo:
-Ahora
puedo morir en paz… dame un abrazo hijo mío.
La
enfermera, desconcertada miró al arrogante Doctor.
-No
sabíamos que era su padre –dijo entrecortada.
El
médico quedó paralizado, literalmente. Parecía esculpido en mármol.
Y el
viejo también, con los brazos extendidos, muerto.
©antoniocapelriera